Un día, como otro cualquiera, estaba viendo la televisión y, de repente, me entran unas ganas inmensas de ir al baño. Me levanté y me fui al cuarto de baño. Una vez allí, cerré la puerta y cuando me dí la vuelta vi que en la tapa abierta del váter había algo peludo y muy grande. Me fijé con detalle y me di cuenta de que era la cosa a la que más miedo le tenía en la vida: una araña.
Acto seguido, salí del baño y cerré la puerta. Me puse a idear diferentes planes para quitarla: echarle insecticida, aguantarme las ganas hasta morir (lo cual era imposible), tapar el váter y tirar de la cisterna... Al final, me decidí por lo de la cisterna, pero cuando lo iba a hacer, sentí pena por la araña y pensé que no era justo matar a la araña, sólo por que yo le tenía miedo. Lo que se me ocurrió después fue una idea mejor y no afectó a mi conciencia.
Le pedí a mi hermano que cogiera un papel y pusiera a la araña encima para después tirarla al jardín.
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